De acuerdo con una revista especializada, durante el primer trimestre en la vida de un bebé, hasta el 10.3 por ciento de los padres pueden estar deprimidos, y el número aumenta si la mamá también presenta este padecimiento.
Por Pepa J. Calero, psicóloga y escritora
Ciudad de México, 2 de febrero (SinEmbargo/HuffingtonPost).- Depresión masculina posparto o el padre en el posparto. El hijo de Pablo nació hace un par de semanas. Su mujer se pasa los días callada, con una tristeza infinita. Él no sabe cómo ayudarla. Se siente extraño. Sus amigos y compañeros le felicitan constantemente por su paternidad. Él se muerde los labios y da las gracias. Le duele el estómago, le duele la cabeza, le duele el alma, y lo peor es que no sabe por qué. Algunas tardes las pasa en una cafetería, en las afueras de la ciudad. No quiere llegar a casa. Los pantalones le quedan pequeños, la camisa también. Apenas come y el sueño le vence. Ayer volvió a enfadarse por una tontería, gritó y dio un portazo. Mañana hablará con su jefe. Decidido. Le vendrá bien trabajar más horas. Aunque lo que realmente le preocupa es esa idea que baila en su cabeza sobre lo que debería ser como padre y lo que es en realidad. Agotado y desanimado. Llama al camarero: «¡Otra cerveza, por favor! La cuarta y la última», se repite. En la ventana, un niño moreno se queda mirándolo. Pronto caerá la noche. Bebe la cerveza de un trago, coge el abrigo y se marcha. Mañana, Dios dirá.
Esta es la crónica pormenorizada de un hecho silenciado y real, muy real. La depresión masculina posparto o sad dads. En el año 2010, la revista JAMA (Journal of the American Medical Association) estableció que, en el primer trimestre de vida de un hijo, el porcentaje de padres deprimidos era del 10.3 por ciento. Sabiendo que las tasas de depresión masculina rondan el 4.8 por ciento, las cifras resultan desconcertantes. Estos datos aumentan si la madre padece depresión posparto.
¿Qué manifiestan estos padres? Frustración, irritabilidad, aumento del uso del alcohol, aislamiento social de amigos y familiares, desánimo, problemas digestivos, cefaleas, aumento del tiempo que pasan trabajando, comportamiento hostil, violento, pérdida de interés por las aficiones o el sexo, tristeza, conflictos internos entre lo que debería ser y lo que es en realidad.
Paradojas del destino, cuando la vida sonríe con esa paternidad anhelada y gloriosa, aparece el viento de la tristeza zarandeando sin piedad a unos seres a los que se les ha inculcado que no deben llorar, ni hablar de emociones o mostrar debilidad. Disparates de un tiempo rosa o azul.
Cierto. A los hombres, la idea de buscar ayuda y hablar de sus problemas los asusta. El psicoterapeuta Will Courtenay dice: «Las mujeres que van a terapia, sencillamente se sientan y comienzan a hablar. Cuando un hombre visita a un terapeuta, se sienta, lo mira y dice: ‘Bueno, ¿y ahora qué hacemos?».
Sin embargo, es necesario reconocer que algo va mal. Reconocer que bajo esa felicidad camuflada crece una tristeza y un desánimo capaz de minar las creencias más sólidas. Se sabe que este problema puede afectar al hijo a corto y largo plazo. Estos padres interactúan menos con ellos y son más proclives a golpearlos.
Courtenay confirma la idea que todos tenemos: el entorno social magnifica la paternidad. «Ser padre y esposo no es tan sencillo como lo muestran en televisión. Imágenes poderosas y persistentes. Cuando vemos padres y madres en la televisión y el cine, usualmente los vemos experimentando la alegría de la nueva paternidad, algunas escenas cómicas en las que no pueden dormir. Pero lo que no vemos son los padres que sufren depresión posparto».
Me pregunto si de alguna forma se puede prevenir. Quizás pueda lograrse si cambiamos nuestras expectativas, nuestros prejuicios, nuestros estereotipos. En una palabra, si aceptamos que ellos, al igual que las madres, deben prepararse y anticiparse a lo que les vendrá.
Ser realista y llegar a acuerdos entre la pareja, hablar de sentimientos como se habla de la comida, lactancia, el día a día. No son más fuertes nuestros hombres por silenciar sus miedos y su desamparo. Yo creo que cuando lo hacen, los queremos un poco más.
Para todos los hombres padres, por si acaso, dejo este fragmento de Julio Cortázar, Instrucciones para llorar:
Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente.
Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.
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